Del sufrimiento al dolor

“Cualquiera que sea la causa de tu sufrimiento, no lastimes a otro” (Buda)

¿Alguno habéis oído hablar del color Vantablack?

Definición de Vantablack: Color negro formado por millones de nanotubos de carbono que son cinco mil veces más finos que un pelo. Absorbe el 99,965% de la luz arrojada sobre un objeto volviéndolo imperceptible al ojo humano.

Ese es el negro en el que se convirtió nuestra vida cuando murieron nuestros hijos. Y cuando comenzó nuestro sufrimiento.

Tantas veces hemos oído “el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional”. Pero cómo cambiamos del sufrimiento al dolor? Cómo hacemos ese cambio imprescindible para continuar el camino y no quedarnos sentados en la primera piedra, viendo como el largo camino cada vez se hace más largo, más oscuro, más difícil y más solitario?

La transición del sufrimiento al dolor es un paso que tenemos que realizar de forma individual, tan sólo podemos mirar a otros para cerciorarnos de que se puede, de que las piedras están para quedarnos un rato pero no para permanecer sentados en ellas para siempre, porque otros, antes que nosotros, han pasado por ese camino y hay certeza de que se puede transitar, de que cada vez será más llano, la piedras serán cantos y al final gravilla, eso sí de vez en cuando encontraremos una piedra en el camino, pero ya no nos quedaremos sentados, la miraremos al pasar y continuaremos.

El esfuerzo que supone intentar ese cambio interior es inconmensurable, no hay palabra para cuantificar el trabajo que requiere, el dolor que produce, la tristeza que se arrastra, la desesperanza y la angustia. Bueno, es fácil quedarnos ahí, pero lo que es seguro es que si no hacemos ese esfuerzo, que a veces nos desanima y nos hace replantearnos si merece la pena, lo que se nos viene encima a la larga, y a veces no tan larga, es un sufrimiento mayúsculo del que nos va a resultar más difícil salir.

El sufrimiento nos acompaña, nos daña, nos agota, nos apaga la vida porque el sufrimiento cronifica la herida. El dolor tiene un grado distinto, también daña, mucho, pero es el principio del camino que nos toca transitar, es como cuando cauterizan una herida, sabes que duele muchísimo pero que es necesario para que la herida mejore y sane. Y nosotros no tenemos anestesia.

Nosotros no vamos a sanar, porque no estamos enfermos. Estamos llenos de tristeza, de incertidumbre, de malestares, de desilusiones, de soledad, y todo eso puede transformarse, no sólo con el tiempo, que el tiempo no tiene ese poder por sí sólo, tiene que ser con nuestra determinación de aceptación y adaptación. Si estamos aquí hoy, es porque estamos intentando no quedarnos en la primera piedra y trabajar por ese cambio tan difícil que es pasar del sufrimiento al dolor.

Y parece que al hacerlo estamos diciendo que es que nuestra pena y nuestra tristeza va a desaparecer, pues no queridos compañeros, bien sabemos todos que no, sólo estamos diciendo que merece la pena intentar con valentía, como así estamos haciendo, no quedarnos sentados en la piedra y rescatar de nuestro interior toda la energía para centrarnos en ese cambio fundamental.

El cambio del sufrimiento al dolor es esencial para poder valorar realmente a quien seguimos teniendo a nuestro lado de forma física, no sólo a quien se nos ha ido, la muerte de nuestros hijos nos tiene que ayudar a darnos cuenta de la realidad, de reconocer el AMOR a nuestro alrededor, hacia nuestros otros hijos o hijas quienes los tengamos, hacia nuestra pareja, o hacia nuestros seres queridos sean quienes sean y no quedarnos nublados por el sufrimiento sin poder ver ni valorar a quien nos acompaña en la vida, porque no es justo para quien está a nuestro lado no dejarles sentir todo lo que les amamos, porque de esa forma les lastimaremos. Y desde luego no es justo para nosotros mismos no valorar nuestra existencia. No me refiero a no llorar a nuestros hijos, o a encerrar en un rincón su ausencia y hacer como que no ha pasado lo que SI ha pasado, sino a que esto nos traiga una enseñanza y es que cada minuto de vida que nos quede debemos derrochar amor por las personas a las que queremos y que están aquí, porque el amor a nuestros hijos que se han ido es indiscutible que lo estamos sintiendo multiplicado por infinito y que de forma inconsciente se lo estamos dando con cada recuerdo, con cada conexión, con cada pensamiento, y estoy segura de que ellos así lo reciben. Dejemos que los que están aquí también lo reciban.

La humildad, el reconocimiento de que lo que hicimos por nuestros hijos durante su vida fue de la mejor manera que supimos y que pudimos, que igual erramos, seguro, pero que todo lo que hicimos lo hicimos con amor y que en ese momento nos pareció lo mejor es fundamental para perdonarnos. No es justo juzgarnos ahora que ya todo ha pasado. Perdonarnos es imprescindible para aceptar el nuevo guión y poder adaptarnos a la nueva vida sin ellos físicamente. Eso no significa que deshonremos a nuestros hijos, no significa que estemos haciendo nada malo, todo lo contrario, no hay nada que más les guste a nuestros hijos en el cielo, y a los que tenemos también en la tierra, de lo que puedan sentirse más orgullosos, que de ver cómo luchamos por incorporar su ausencia tan dolorosa a nuestro día a día y cómo evolucionamos con cada esfuerzo. Cada pequeño pasito lo tenemos que celebrar como un triunfo y no quitarle importancia impidiendo verlo como un logro.

El dolor ya siempre nos acompañará, no así el sufrimiento que dejaremos atrás, pero a ese dolor no le tendremos miedo, se transformará en un dolor no tan agudo, más sereno, más cálido, más nostálgico, más suave, aunque ahora esto nos parezca incoherente.

Para pasar del sufrimiento al dolor no cabe otra que aceptar el cambio con valentía, aceptar la pérdida con entereza, y encontrar en nuestro interior aquello que nos haga trascender como personas y que nos haga sentir que el esfuerzo que nos ha supuesto esta transformación, que finalmente conseguiremos, es la mejor manera de honrar a nuestros hijos.

Rosa, madre de Alba

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