El espejismo del verano.
Anuncios llenos de alegría, sonrisas, encuentros, viajes, agua. Redes sociales, watssap inundados de fotos de posados en lugares lejanos, todos preciosos, sonrisas a toda dentadura, que nos hablan de “experiencias fantásticas”. Así es todo lo que se nos muestra cada día. Pero la vida de las personas reales, todas esas que aparecen tan felices, sigue siendo complicada, porque la vida siempre es complicada, en ocasiones más y en ocasiones menos, pero siempre lo es. Se nos complica la salud, o el amor, o la economía, o el trabajo, o la familia, a veces varias facetas simultáneamente. A nosotros se nos torció de la forma más brutal hace más o menos tiempo y nos parece que, todo se ha roto y que nada puede volver a ser igual. Es totalmente cierto, ya no seremos los mismos. Pero la vida es tozuda, los días se suceden uno tras otro, y no podemos sino caminarlos, con sus cosas, sus ruinas o sus sorpresas, sus alegrías o miserias. Eso sí, hemos perdido bastante del entusiasmo del que antes poníamos a diferentes asuntos, y a menudo aparecen el nudo en la garganta o el llanto franco. Nos levantamos a pesar de no tener ganas de inaugurar el día, a pesar de haber desaparecido de nuestro horizonte algunas antiguas ilusiones, pero mientras sigamos por aquí trabajaremos en el afán de cada día, en nuestra casa, entre nuestros amigos, vecinos, en nuestro trabajo, porque no podemos dejar de hacerlo.
Hemos aprendido mucho. Hemos conocido el dolor más profundo y hemos tenido que aprender a vivir con él. Hemos visto frente a frente una de las caras más negras de la vida, la enfermedad y la muerte real, no teórica, y sin paliativos. Podemos entonces entender lo que viven todos a quienes les ha tocado el dolor más duro, y podemos decir también que no estamos solos del todo. Sabemos que detrás de toda la ficción que nos pasa por los ojos a cada momento, también hay dolor, personas que aman y que necesitan amar, querer a algún prójimo, e ilusionarse con lo poco o mucho que traigan los días. Necesitamos de las personas que tenemos cerca, de su comprensión y cariño y encontrar un suave refugio en ellas, porque nos comprenden y se duelen con nuestro dolor.
También necesitamos no olvidar, tener muy presente que nuestros hijos o hermanos fueron parte de nuestra vida cuando era una buena vida; somos lo que somos porque estuvimos con ellos, les dimos la vida, aprendieron a caminar con nosotros, les ayudamos en todo lo que supimos y pudimos, los acompañamos y los amamos. Ellos también nos amaron y nos lo hicieron saber cientos de veces. Nos debe llenar de orgullo haber sido sus madres, padres, hermanos. Nuestra vida ha sido mejor porque hemos tenido esos hijos, hermanos.
Nuestros hijos fallecidos no son una página que hay que pasar, ni un recuerdo que hay que superar. Tampoco el dolor será “superado”, como si nada hubiera sucedido. Ellos siempre serán nuestro orgullo, la parte más importante de nuestra biografía y con las lágrimas nuestras de cada día, daremos gracias por su vida y por haber sido una parte probablemente importante de la suya. Así que, cuando el sol se levante cada día, gracias a ellos y por ellos y gracias por vosotros y el dolor compartido.
José Ángel, padre de Manu.