El transitar del duelo no tiene porque ir teñido de culpa. Pero si aparece, si la sientes, hay que trabajarla porque es una emoción manta que está tapando muchas otras.
Si nos descubrimos nadando en un mar de y si hubiera o hubiese debemos salir del agua de inmediato. Llegar a la orilla y asumir que no somos omnipotentes. Que lo hicimos lo mejor que pudimos.
Y si mientras nos secamos y recomponemos, asumimos la consciencia de que hubo cosas que no estuvieron bien hechas. Gritaselo, que él o ella te está oyendo. Pídele perdón, y concédetelo a ti. Amate en tus imperfecciones, como amas las imperfecciones de los que ya no están.
Transforma esa culpa en responsabilidad por mil y una cosas que si hiciste bien. Sus ganas de disfrutar, su inteligencia, esa sonrisa cautivadora, su educación, su empatía.
Y si la culpa llega ahora, por seguir viviendo, por seguir disfrutando, por seguir soñando o riendo, sacudela. Ten la seguridad de que tú vida es el mejor homenaje para tu hij@. Que cada vez que ríes, bailas, cantas o eres feliz, él o ella lo hace contigo desde la tercera nube a la derecha, donde hay unas vistas magníficas y serenas.