Llega un día en que uno debe enfrentar la realidad, ponerse de pie e intentar comenzar a caminar por ese nuevo camino frente al cual la vida nos ha situado. Al comienzo nos sentimos vacíos, sin fuerzas, y el solo hecho de pensar que debemos continuar andando añade más dolor al que ya de por sí se siente, pero resistirse y permanecer inmóvil encerrado en uno mismo, es una actitud que más tarde o más pronto debemos cambiar porque aunque nos resistamos a ello, en el interior de cada ser humano la vida busca a la vida.
Los primeros pasos son los más difíciles y nuestros pies se lastiman y sangran, y nos caemos continuamente, todo ello porque al intentar ponernos de pie lo hacemos mirando hacia atrás, mirando hacia ese pasado inamovible donde uno cree que está dejando a ese hijo/a /os abandonado, y siente aún más su ausencia. En ese estado, uno no está ni en el presente, ni en el pasado, uno apenas sobrevive en una especie de limbo, donde deambula sin rumbo.
En esa especie de montaña rusa en la que uno se halla inmerso, las caídas son frecuentes, pero surge un momento en que reaccionas y llevas la mirada hacia adelante, porque te das cuenta del sinsentido de caminar mirando hacia atrás únicamente. Entonces, los pasos parece que se tornan más ligeros ¡pero enfrentar el día a día y el entorno que nos rodea se hace difícil! y claro, uno camina, pero con la cabeza mirando hacia abajo, mirando su propio ombligo nada más. Como consecuencia de ello, un día u otro vuelves a caerte nuevamente, porque caminas a ciegas, no ves nada, solamente a ti mismo y tu dolor, y no sabes hacia dónde te dirige.
En algún momento, puede ocurrir que nuestro dolor nos lleve a situar a nuestro hijo/a/os en un más allá simbólico, en el cielo. Uno lo piensa y se aferra a ello solamente para intentar apaciguar el dolor y de alguna forma tener un motivo que le permita o lo impulse a continuar caminando, a continuar viviendo, pero ¿qué sucede?, cuando voy andando de esta forma solamente mirando hacia arriba, hacia el cielo, buscando a mi hijo/a/os allí, en algún momento vuelvo a detenerme, y ello sucede cuando mis anheladas certezas sobre ese más allá simbólico que mi mente busca y proyecta, se desvanecen por momentos, es entonces cuando vuelvo a tropezar con las piedras del camino, conmigo mismo, y caigo.
Llega un momento, al final de este proceso, que de pronto descubro que solamente puedo continuar mi vida, con una actitud diferente, caminar con la cabeza erguida y mi mirada puesta al frente, sin intentar divisar ni proyectar un futuro imaginario que tan solo puede existir creado por mi deseo o mi temor.
Y en ese andar del día a día, sin proyección ni intención alguna, descubro el presente, ese regalo de darme cuenta que estoy vivo, EL AHORA, el percibirme presente en cada momento. Y es en ese AHORA cuando miro (y no es lo mismo mirar que ver) descubro a otros seres que como yo, también han vivido mí misma experiencia existencial al despedir a un hijo/a/os y que están transitando por mí misma senda.
Y es entonces cuando me detengo para compartir y acompañar a alguno de ellos que camina con dificultad, y de pronto ¡me doy cuenta de que mis pies ya no sangran, ya no se quejan! Y en ese momento, cuando abrazo a mi compañero/a de viaje que está dolorido, surge algo inexplicable que está más allá de las palabras, descubro la presencia de mi hijo/a/os en mi corazón acompañándome y sonriéndome en un bendito silencio.
Entonces agradezco al infinito por tanto.
@Juan Vladimir (fragmentos de mi camino 2024)
Propuestas para reflexionar sobre el camino y el caminar.
- ¿Es el camino del duelo un trayecto con final o se convierte en un sendero que siempre llevas contigo? De haber un final ¿cuál sería?
- ¿Qué llevas en tu mochila emocional mientras caminas por este sendero?
- ¿Cuál es el primer paso que se da en este camino? ¿Cuánto cuesta dar ese paso y qué supone darlo?
- ¿Es posible encontrar “descansos” o momentos de alivio en este caminar? ¿Cuáles serían?
- ¿Cómo cambia el paisaje del camino del duelo con el tiempo? ¿Se sigue mirando hacia abajo o se alza la mirada, el terreno es resbaladizo o se vuelve algo más seguro?
Caminante no hay camino…
Caminante: Que camina. Que deambula sin destino fijo.
Peregrino: Que anda por tierras extrañas. Que por devoción viaja para visitar un lugar sagrado.
Reflexiones
Trabajar sobre textos tan certeros, como el que nos regala Juan Vladimir y que podéis leer en esta entrada, nos regala reuniones Renacer mágicas.
Debatir sobre el duelo nos permitió analizar diferentes caminos con los que podemos recorrerlo.
Para algunos padres y madres este camino tiene un final concreto que lo marca la integración de la pérdida de nuestros hijos en nuestro presente disipando el dolor y dando paso a una dulce nostalgia.
Otros compañeros no ven un final a ese caminar, pero sí un manejo del duelo completamente distinto a los primeros días o pasos. Conseguir en momentos volver a vivir sin el velo del sufrimiento inicial, pero con el dolor de la ausencia de los hijos o hijas permanente en nuestro caminar.
Que ese caminar tenga un final nos permite hacer la elección que nos enseña la esencia de Renacer. Transformar el dolor de su partida por un amor infinito hacia la vida, hacía nuestra vida, como homenaje a nuestros hijos e hijas.
Algunos padres y madres que recién empiezan a caminar, no ven ese final del dolor del sufrimiento que otros padres y madres más avanzados en el recorrido les vaticinan. Pero solo el hecho de acompañarnos en las reuniones y abrir el corazón a otra posibilidad de vivir el duelo, nos certifica que están caminando.
Durante la reunión hubo unanimidad en la importancia de no detenernos. De intentar caminar, aunque la vida se haya parado, aunque no veamos claro el camino. Conseguir movernos y dejar que nos ayuden en ese caminar es el paso más grande de este camino. Y caminar mirando hacia el futuro. No volver la cabeza constantemente hacia atrás o hacia el cielo, esperando respuestas divinas que pueden frustrar nuestro caminar. Caminando en el presente, con nuestros hijos en él, pero desde su lugar, desde su plano. Con su compañía no solo en la mente, si no también en el homenaje que cada paso hace de lo que ellos fueron.
La mochila que portamos en este caminar nuestro está llena de emociones. Para que no te frenen o te detengan, llénala de emociones vitales y motivadoras, como la aceptación, la confianza, el agradecimiento y el amor.
Este caminar lo iniciará el hecho más devastador que se puede experimentar y solo trabajar su aceptación te permitirá un camino más llevadero, más bello, menos duro.
Aceptar es integrar que nuestros hijos e hijas trascendieron y que no podemos hacer nada para solucionarlo. Pero si podemos elegir caminar con la confianza de que el amor que experimentamos con ellos en vida puede transformar este caminar, dejar de ser un sufrido desplazamiento y dándonos la esperanza de un anhelado reencuentro.
Porque antes de nosotros, otros padres y madres caminaron sendas muy parecidas y su testimonio nos asegura un cambio del paisaje de este camino. De un viaje gris y árido en los primeros días, a un precioso verde, lleno de arcoíris y señales de nuestros hijos e hijas.
Un paisaje que se irá transformando desde la práctica del agradecimiento. A los que nos enseñan y nos sostienen. A los que se alejan o desaparecen. A nuestros niños y niñas por ser nuestros eternos maestros. Y a la vida, que es preciosa, y se abre camino sobre todas las cosas.