Nuestra compañera Soledad nos invitó a reflexionar sobre qué hacer con las pertenencias de nuestros hijos o hijas después de su partida. De esa sesión surgió este texto común de Renacer Madrid.
Cuando un hijo o hija muere, el mundo tal como lo conocíamos se detiene. El tiempo se parte en dos. Y todo lo que queda —sus objetos, su ropa, su habitación, incluso su cuerpo o sus cenizas— se convierte en un territorio sagrado, donde habita la presencia más viva del amor y del dolor.
Para muchas madres y padres, enfrentarse a sus pertenencias es una de las decisiones más difíciles tras la pérdida. No existen recetas, ni tiempos universales. Pero desde la filosofía de Renacer, queremos compartir algunas reflexiones que pueden acompañarte en este proceso, sin prisa, sin juicio, con el corazón abierto.
Las cosas como puente, no como prisión
Cada objeto guarda un pedazo de historia: una camiseta que aún huele a ellos, una carta, un cuaderno con garabatos, un peluche abrazado por última vez. Es natural querer conservarlo todo. En los primeros tiempos, puede parecer impensable tocar nada, como si al hacerlo traicionáramos su memoria o corriéramos el riesgo de “borrarlos”.
Sin embargo, en algún momento, podemos empezar a preguntarnos:
- ¿Estoy sosteniendo estas cosas o me están sosteniendo a mí?
- ¿Me conectan con su vida o me retienen en su ausencia?
Desde Renacer, aprendemos que nuestros hijos e hijas no son sus pertenencias, ni sus cuerpos. Ellos son mucho más que eso. Están en la huella que dejaron en nosotros, en la transformación que nos provocaron, en el amor que seguimos dando al mundo en su nombre. Las cosas pueden ser un puente hacia ese amor, pero también pueden volverse una prisión si nos impiden avanzar.
La habitación: altar o ancla
La habitación de un hijo suele ser el espacio más cargado de significado. Algunos padres necesitan mantenerla intacta durante mucho tiempo. Otros sienten la necesidad de transformarla, de convertirla en un lugar de encuentro, de homenaje o de nueva vida.
No hay una decisión correcta o incorrecta. Pero es importante hacerse preguntas desde la conciencia, no desde el miedo:
- ¿Qué me impide tocar esta puerta?
- ¿Estoy conservando este espacio para honrar su vida o por temor a olvidarlo?
- ¿Qué me pide mi corazón cuando me detengo ahí?
Algunos transforman la habitación en un rincón de lectura, en una sala de meditación, en un espacio de acogida para otros. Otros la cierran por un tiempo, hasta que se sienten listos. No se trata de “superar”, sino de dar nuevos sentidos a lo que quedó.
El cuerpo, el rito, las cenizas
Uno de los actos más profundos y difíciles es decidir qué hacer con el cuerpo de un hijo. Entierro o cremación, urna en casa o dispersión en un lugar especial… son decisiones que a veces deben tomarse en medio del dolor más absoluto. Es importante saber que no hay elecciones definitivas e inamovibles. Lo que importa no es el “qué” sino el “cómo”: con amor, con presencia, con intención.
Hay padres que conservan las cenizas con ellos durante años, hasta sentir que llegó el momento de soltarlas. Otros las dispersan en la naturaleza, en el mar, en un sitio que amaban juntos. Cada gesto puede convertirse en un rito personal, íntimo y liberador.
¿Y si el cuerpo no está?
En casos donde no ha sido posible recuperar restos, el duelo toma otro camino. Pero el alma no necesita un lugar físico para seguir amando. Como enseñan los Berti, nuestros hijos e hijas no mueren del todo si los transformamos en un propósito de vida.
Soltar no es olvidar
Uno de los mayores temores al desprenderse de las pertenencias es sentir que estamos olvidando. Pero eso no es cierto. Soltar no es negar. Soltar es dejar de aferrarse para abrir espacio a una forma más profunda de amor.
Guardar una prenda, una carta, un objeto especial puede ser suficiente. O escribir una carta antes de donar sus cosas, como una despedida. Algunos padres eligen compartir sus pertenencias con amigos de sus hijos o hijas, como un acto de amor expansivo. Otros crean pequeñas cajas de memoria que conservan como un tesoro.
Sea cual sea el camino, el recuerdo no vive en los objetos, sino en ti. Y ese recuerdo no se borra: se transforma, se ensancha, se vuelve más luminoso con el tiempo.
Acompañarnos en las decisiones
No siempre podemos tomar estas decisiones solos. Y no tenemos por qué hacerlo. Estar en un grupo como Renacer permite compartir estas preguntas con otros padres y madres que han pasado por lo mismo. Escuchar experiencias distintas puede abrir caminos que no habíamos considerado.
Habrá quienes guarden todo y quienes suelten pronto. Habrá quienes rían y quienes lloren al abrir un cajón. Lo importante es saber que cada duelo es único, pero no estás solo. Aquí nadie te juzga. Aquí nos acompañamos, con respeto y con esperanza.
La transformación como destino
En Renacer no buscamos quedarnos en el dolor, sino trascenderlo. Nuestras vidas no volverán a ser como antes, pero sí pueden ser plenas, conscientes, valiosas. Podemos elegir que el paso de nuestros hijos e hijas por este mundo deje una huella de amor, de servicio, de sentido.
Decidir qué hacer con sus cosas es, en el fondo, una oportunidad de dar un nuevo significado a su presencia. No se trata de borrar, sino de integrar. No de olvidar, sino de recordar desde otro lugar.
Porque si su vida fue un regalo, que nuestra vida transformada sea también un regalo para el mundo.