Buscando sentido a la pérdida de un hijo/a

1. Cuando perdemos un hijo o hija caemos por un precipicio de sinsentidos aterradores.

2. Cruzamos desiertos de áridas emociones, donde la ira, la angustia, la culpa y la tristeza serán compañeras inseparables.

3. Elaboramos despedidas y homenajes que nos susurran al oído que no es un sueño, y empezamos a comprender nuestra nueva realidad sin él o ella.

4. Dibujamos mil preguntas. Existenciales, absurdas, desgarradoras, y casi todas con mil y una respuestas. Pero ninguna lo suficientemente certera.

5. Nos sentimos solos, únicos, incomprendidos, abandonados. Nadie ni nada nos sirve de alivio. Ellos no han perdido un hijo.

6. Leemos compulsivamente todo lo que pueda dar sentido al horror que vivimos. Queremos información. De todo tipo, que nos explique dónde encontraremos la paz.

7. En medio de la travesía del duelo encontramos un valle. Renacer y sus padres y madres que empiezan a enseñarte otro camino, otra alternativa al dolor.

8. Por sorpresa o guiados por nuestros hijos e hijas, nos encontramos formando parte de un grupo sanador, donde nuestra voz es escuchada. Nos vemos reflejados en almas e historias que nos dan el título de familia.

9. Y empezamos el gran trabajo. El de integrar la pérdida desde la esperanza, el amor y apostando por la vida. Ahora las emociones no nos sepultan. Ahora las desmadejamos hasta convertirlas en hilos que dominamos y que servirán para tejer nuestra nueva apariencia.

10. Llegan las señales. Los guiños desde el otro lado. Algunas respuestas que desatan una lluvia de esperanza.

11. Hablamos de ellos y de ellas. Les traemos al presente, con emoción serena y trabajada, pero nos rodeamos de la luz y la felicidad que nos regalaron.

12. Mutamos desde el amor que nos han entregado durante su vida, y después de ella. Comprendemos que está es nuestra elección. Lo demás vino dado. Nosotros somos artífices de lo que viene ahora. El eterno homenaje a ellos. A la vida.