Es complicado encontrar la serenidad suficiente para poder encadenar la tremenda cantidad de pensamientos, dudas, preguntas y respuestas que surgen después del fallecimiento de un hijo, de forma que tengan una cierta coherencia y puedan transmitirse de forma comprensible.
Un primer momento donde, al mismo tiempo que se llena el cerebro de reproches, dudas, sentimientos de culpa, miedos y odios, se produce una sensación de inmenso vacío.
¡Que injusta es la vida! ¿Realmente lo es? ¿Es justa cuando nos da alegrías e injusta cuando nos da tristezas? ¿Es justa cuando nos da un hijo e injusta cuando nos lo quita? Simplemente es la vida, y el problema es que no la conocíamos, y posiblemente, por uso y costumbre, no éramos conscientes de ello.
¿Qué nos toca ahora? ¿Renunciar a todo? ¿Nuestra vida era solo nuestro hijo? ¿Renunciamos a intentar vivir, de la mejor manera posible, lo que nos queda de la nuestra? ¿Renunciamos a los recuerdos felices con él? ¿Nos olvidamos de nuestros otros hijos en el caso de tenerlos?
No deja de ser una decisión personal el luchar para intentar restablecer un equilibrio. Nuestro yo emocional (corazón) se ha disparado hacia la negatividad absoluta. Nos torturamos a diario con sentimientos de culpa, sufriendo por lo que hicimos o dejamos de hacer, aunque, como comenté en alguna reunión, el utilizar el concepto de nuestro hijo como nuestro torturador resulta injusto, porque realmente somos nosotros los culpables. Por eso prefiero el concepto que leí en alguna parte, del IDA (impuesto del dolor añadido), únicamente responsabilidad nuestra.
Se ha abierto una herida que supongo nunca terminará de cerrar. Pero es nuestra decisión ir curándola y evitar que se infecte. ¿Por qué no aprovechar la presencia constante de nuestro hijo en nuestros pensamientos y corazón para ir limpiándola a diario? ¿Por qué no aprovechar todas las herramientas que estén en nuestra mano para hacerlo?
Llevará tiempo (supongo), pero con esfuerzo y ayuda, bien con apoyo psicológico, medicamentos o de grupos tan especiales como Renacer, debemos activar nuestro yo intelectual, analítico. Con el podemos ir moldeando nuestro yo emocional, intentar comprender lo ocurrido, aceptar o asimilar lo irreversible del hecho, y a partir de ahí tomar decisiones en relación con el camino que queremos tomar. Es en ese momento donde nuestro yo emocional puede tomar el control de forma positiva y poder convivir con el recuerdo, si no con alegría desbordante, si al menos con paz interior.
Desde siempre el ser humano ha buscado respuestas, y cuando no las ha encontrado ha trasladado sus dudas, sus miedos o el propio sentido de la vida, a la existencia de algo que, aunque no lo explique, si al menos lo justifique. Puede ser un ser divino, energías, leyes de la vida, etc. Pero, cuanto más evolucionamos en conocimientos, más propensión tenemos a menospreciar, o como mínimo dejar de plantearnos dudas existenciales. El pragmatismo científico va encontrando en fórmulas, tesis e investigaciones, soluciones más o menos creíbles para cada nuevo problema planteado.
Desde el mismo momento de conocer el alcance de la enfermedad de Javier, cada vez que disfrutaba de la soledad del paseo con nuestro perro Ross, podía permitir a mi cabeza perderse en preguntas sin respuesta aparente. Educado en el catolicismo, pero sin ser realmente
practicante, pensar en su pérdida irreversible y no volver a verle más, se hacía intolerable. Pero, al relativizar nuestro cortísimo período de vida en relación con el de la expansión del universo, (desde el famoso Big Bang, del que nadie ha explicado de donde surgió, hasta ahora), mirar a mi alrededor y ver el campo y sus paisajes, con miles de plantas y animales que presuntamente han ido naciendo de casualidades, un cielo azul resplandeciente, creando caprichosas imágenes con sus nubes, me convenció, o me quise convencer, que para el caso es lo mismo, de que no puede ser el fin. Si fuera este el caso, casi quitaría sentido a la vida misma, y yo quiero encontrarle sentido. ¿Por qué no una ley universal, Dios, energía, etc?
Ni yo ni nadie tiene la verdad absoluta, o su herramienta de reparaciones, pero cada uno debe encontrar la suya. Debe encontrar los motivos para seguir, por nosotros mismos y por nuestros hijos, estén o no con nosotros físicamente, porque en nuestro corazón y nuestros recuerdos siempre están y estarán.
¿Por qué no asociar hechos, imágenes, sensaciones, etc. a señales? ¿Alguien puede asegurar que no lo sean? Conozco de casos realmente extraños y que han sido considerados señales por sus receptores y que yo no puedo explicar. Me parece fenomenal todo lo que le aporte a cada uno y le ayude a seguir. Pero hay otra parte que me parece también importante y que no solemos considerar, pedimos señales a nuestros hijos, para fortalecer nuestro deseo de que estén ahí y que podamos volver a verlos, sea en una forma u otra, pero ¿cuáles son las que les enviamos nosotros si nos hundimos en dolor y no hacemos esfuerzos importantes para superarlo?
Me he limitado a intentar exponer mi intento de evolución y herramientas utilizadas. Si a alguien le sirven de algo me alegraré, y si alguien puede considerar que le afecta negativamente lo lamento profundamente
Pablo padre de Javier