Lo que descubrimos juntos sobre la gratitud en tiempos difíciles
Reflexiones compartidas en la última reunión de Renacer Madrid
En nuestra última reunión, moderada por Haydee mamá de Luciano, y Susana mamá de Rubén, nos adentramos en un tema que, a primera vista, puede parecer ajeno o incluso imposible en el camino que recorremos tras la muerte de un hijo o una hija: la gratitud.
Sabíamos que no se trataba de un concepto fácil ni inmediato. Por eso nos acercamos a él desde un espacio honesto, sin presiones, sin exigencias y sin fórmulas mágicas. A partir de los textos que leímos juntos, “La magia de la gratitud” y “Gratitud” (os los dejamos al final de este artículo), fuimos abriendo un diálogo profundo sobre lo que significa agradecer cuando la vida se ha fracturado.
En esta ocasión tuvimos la fortuna de estar acompañados de forma online por los compañeros y compañeras de Renacer Barcelona. Al igual que muchos padres y madres de Renacer Madrid que por diversas circunstancias no pueden asistir presencialmente y esta modalidad les permite seguir trabajando en su camino de integración de la pérdida de sus hijos o hijas.
Partimos de una pregunta que todos y todas nos hicimos internamente: ¿Es realmente posible sentir gratitud en tiempos difíciles? Y, lejos de buscar una respuesta única, nos fuimos encontrando con múltiples voces, matices y experiencias que terminaron construyendo una mirada más amplia y más humana sobre este tema.
El texto que trabajamos señalaba que la gratitud no es simplemente decir “gracias”, sino una forma de estar en el mundo, un modo de mirar. Esa idea resonó en muchos de nosotros. Varios padres comentaron que, al principio del duelo, la gratitud parecía una palabra grande, casi ofensiva frente al dolor. Pero con el tiempo, algunos momentos cotidianos —un recuerdo luminoso, la compañía de alguien, o incluso un instante de calma inesperada— se convirtieron en pequeñas grietas por donde entraba algo parecido a la gratitud. No como una exigencia, sino como una consecuencia natural de seguir viviendo.
También hablamos de lo que Viktor Frankl llama la “semilla de sentido”: esa chispa que puede existir incluso en medio de las experiencias más duras. Reflexionamos sobre que no siempre la encontramos enseguida, ni todos al mismo tiempo. Pero sí coincidimos en que esa semilla puede aparecer muchas veces a través de los vínculos, de los encuentros que nos sostienen, o del recuerdo profundo de nuestros hijos e hijas. Esa “semilla” no reemplaza la ausencia, pero nos ayuda a caminar con ella.
Durante la reunión, surgieron varias aportaciones que enriquecieron la mirada común. Algunos padres expresaron que, para ellos, agradecer hoy significa reconocer la huella que su hijo o hija dejó en su vida: su risa, su forma de mirar, su manera de amar. Otros hablaron del agradecimiento hacia quienes estuvieron ahí cuando todo se rompió, hacia quienes ayudaron a sostener lo que parecía insostenible. También escuchamos a madres decir que agradecían su propia fortaleza, una fortaleza que nunca habrían imaginado, pero que emergió cuando la vida les exigió más de lo que creían posible.
Hubo quienes compartieron que la gratitud aparece incluso en cosas muy pequeñas: una conversación que reconforta, un mensaje que llega en el momento justo, un paseo que devuelve un poco de aire, un amanecer que recuerda que todavía estamos aquí. Y estas pequeñas cosas, lejos de minimizar el dolor, conviven con él. No lo borran, pero permiten respirar.
Una de las reflexiones más potentes que surgió fue la diferencia entre usar la gratitud como mandato —“tienes que agradecer”— y vivirla como elección consciente. En Renacer sabemos lo dañinas que pueden ser las frases hechas y los intentos externos por acelerar un proceso tan personal. Por eso, todos coincidimos en que la gratitud verdadera no nace de la presión ni de los discursos; nace de la vivencia profunda, del tiempo, del ritmo propio de cada uno. Agradecer, en este contexto, no es negar el dolor, ni disfrazarlo, ni esconderlo. Es simplemente reconocer que, incluso dentro de esta realidad quebrada, existen instantes de valor, de amor o de sentido que pueden sostenernos.
Otra aportación valiosa giró en torno a la idea de dónde ponemos la mirada. Conversamos sobre cómo a veces nos quedamos atrapados en lo que falta —porque la falta es inmensa—, pero también existe la posibilidad de dirigir parte de nuestra atención hacia lo que sí está: la presencia de quienes nos acompañan, las enseñanzas que nuestros hijos e hijas nos dejaron, la capacidad de seguir construyendo vida a pesar del dolor. No para dejar de sentir la ausencia, sino para no vivir únicamente desde ella.
También surgió el concepto de “agradecer sin alegría”. Varios padres expresaron que no se trata de un agradecimiento eufórico o feliz, sino de un agradecimiento sereno, profundo, que reconoce lo esencial. Un agradecimiento que puede coexistir con la tristeza y que, incluso así, es real. La gratitud, en este sentido, es un acto de humanidad, no de optimismo forzado.
Cerramos la reunión con una idea compartida que se volvió central: cuando elegimos la gratitud —aunque sea en dosis pequeñas, aunque sea en fragmentos— no cambian las circunstancias, pero sí cambia la forma en que habitamos la vida. Esa transformación, por mínima que sea, tiene un impacto profundo en cómo seguimos caminando, en cómo nos relacionamos con nuestra historia y en cómo honramos la memoria de nuestros hijos e hijas.
La frase final del texto, “La gratitud es la memoria del corazón”, resonó de manera especial. No porque simplifique nada, sino porque nos recuerda que aquello que amamos sigue vivo en nuestra forma de mirar, de sentir y de seguir adelante.
Hoy, como grupo, nos quedamos con la certeza de que la gratitud no es una meta ni una obligación. Es un camino. Un camino que recorremos juntos, paso a paso, descubriendo que incluso en la noche más profunda puede haber un pequeño faro que nos devuelve, aunque sea por un instante, el sentido de seguir. Que tenemos que agradecernos también a nosotros mismos, el seguir de pié y haber apostado por el camino de la transformación del dolor en amor, por el camino de la consciencia, del crecimiento personal y espiritual.
Y por supuesto nuestro mayor agradecimiento a nuestros hijos e hijas por habernos elegido como padres y madres. Por ser enseñanza y camino en nuestras vidas
Gracias, gracias, gracias.
La magia de la Gratitud
“¿Es posible manifestar gratitud, aún en tiempos difíciles?
La gratitud no es solo decir “gracias”. Es una forma de estar en el mundo. Es una manera de mirar lo que nos rodea, incluso cuando la realidad se nos vuelve incierta. Es ese faro que queda encendido en los momentos de oscuridad, recordándonos que siempre hay algo valioso para reconocer.
Viktor Frankl hablaba de la existencia de una “semilla de sentido” en cada situación, incluso en las más difíciles. Y encontrar esa semilla depende, en gran parte, de la actitud con la que elegimos atravesar lo que nos toca vivir.
Ahí es donde aparece la gratitud como elección: podemos decidir hacia dónde dirigir nuestra mirada y nuestro corazón.
Podemos enfocarnos en lo que nos falta, o en lo que sí está presente.
Podemos quedarnos en el obstáculo, o buscar el aprendizaje que trae cada experiencia.
Podemos caer en la queja, o encontrar valor en lo cotidiano.
Agradecer no significa negar el dolor ni minimizar los desafíos. Significa reconocer que, aún en medio de ellos, siempre hay algo que sostiene: un gesto, una palabra, una presencia, un abrazo, una oportunidad, o incluso la propia fortaleza que descubrimos cuando la necesitamos.
La gratitud nos conecta con lo esencial. Nos conecta con los demás, con nosotros mismos y con un sentido más profundo de la vida.
Por eso hoy quiero invitarlos a algo simple y poderoso: a mirar la vida con una perspectiva más amplia, a buscar esa semilla de sentido, y a encontrar, aunque sea en lo pequeño, un motivo para agradecer.
Porque cuando elegimos la gratitud, tal vez no cambien las circunstancias…pero cambia la forma en que las habitamos. Y eso lo transforma todo.
LA GRATITUD ES LA MEMORIA DEL CORAZÓN
Lao Tse”
GRATITUD
“Sentir “GRATITUD” después de la pérdida de nuestro hijo o hija nos parece que es imposible o cuanto menos muy difícil. Como experiencia personal, tengo que decir, que hace unos meses me parecía imposible e incluso hiriente, solo pensarlo.
Después de estar meses en “Renacer”, ahora sí puedo agradecer muchas cosas, como tener mi lado en esta vida a mi marido Roberto, a mi hija Patricia, a mis padres, a mi hermana y cuñado y a mis sobrinas Dafne y Dana, que a pesar de tener 14 y 17 años, me han trasmitido mucho amor, hacía mí y hacia mi hijo Rubén.
Agradecida, iba a decir de haber sido durante 26 años la madre de Rubén, NO, estoy agradecida de ser la madre de Rubén, porque siempre seré su madre. Le llevo en mi corazón y eso nada ni nadie me lo puede arrebatar.
Agradecida de haber encontrado “Renacer”, con tantas personas maravillosas que me han enseñado tanto.
Solo quiero trasmitir un mensaje, a los padres que en este momento les parezca imposible sentir “agradecimiento”, poco a poco es posible y cuando seáis capaces de hacerlo, sentiréis una paz que te llena el corazón.
Susana (mamá de Rubén)”
