Cuando perdemos un hijo o hija a nuestro alrededor se instala una niebla de sufrimiento. Cada padre y cada madre, atraviesa esa niebla como sus circunstancias y fuerzas le permiten. Y en el plazo que la vida le marca. Las formas y los tiempos de gestionar nuestro sufrimiento son muy diversos, y todos son respetables.
En esa niebla caminamos con los sentidos anestesiados, muchas veces con la única intención de sobrevivir. En esa semiinconsciencia no nos percatamos de los otros sufrientes de la pérdida de nuestros hijos o hijas.
Muchas veces nuestra pareja, que no tiene porque ser el otro progenitor, se ve desplazado o desplazada por esa niebla tan intensa y tan aislante. Pasa a vivir en un continente lejano, en el que la distancia no nos permite escuchar su desgarro. En ocasiones nos sorprendemos juzgando su sufrimiento porque no concebimos que hay un dolor mayor que el nuestro.
Si expresa sus emociones puede que despierte nuestro enojo: “No soporto verte llorar”. Pero si no lo hace, llegará el reproche más duro: “Es que ya te has olvidado de nuestr@ hij@”.
Después de la pérdida nunca seremos los mismos, pero nuestras parejas tampoco. El vivir rodeados de esa niebla de sufrimiento no nos da bula para convertir nuestra nueva realidad en algo más gris, más rencoroso o más cruel. Podemos trabajar en encontrar las fuerzas para que el amor que vivimos con nuestros hijos e hijas nos transforme en seres más empáticos, más pacientes y más serenos.
Volver a enamorarnos del nuevo compañero de vida. De aquel al que nuestro hijo o hija adoraba. El que, igual que nosotros, se equivocó mil veces pero lo hizo con la fé de que era lo mejor en ese momento. Lo mismo que debemos trabajar la culpa de lo que hicimos o no hicimos durante la vida y la pérdida de nuestros hijos, hagamos lo mismo con la que llega apuntando con el dedo acusador al otro. Cuando surge el juez dictador es desde la voz del sufrimiento intenso que nos está ahogando.
Ese amor que nos va a rescatar de una vida de niebla, también lo compartieron muchos otros con nuestros hij@s. Y es un amor que nos permitirá aprender a amar de una forma más pura en esta nueva vida que nos vemos obligados a transitar.
Porque el universo de nuestro hijo o hija estaba lleno de personas que le amaban, que le echan de menos y que también sufren. El amor no se puede medir, y el sufrimiento tras su pérdida tampoco. Y seguramente como padre o madre ahora estés pensando que nadie sufre más que tú con la pérdida de tu hijo o hija, pero eso no significa que seas el único o única que lo hace.
La alternativa a quedarnos en la niebla es tomar de la mano a todos aquellos que la sienten a su alrededor, tus otros hijos, tus padres, tus hermanos, tus amigos, tú pareja, para que sean testigos de tu transformación. De cómo eliges que el sufrimiento no sea baldío, que sirva para reconstruiros de nuevo como familia, como núcleo de esperanza, como ejemplo.
Y los que tengan otros tiempos diferentes a los tuyos, a los que les cueste este nuevo Renacer, a los que el dolor les dejé inmóvil o los aleje de ti, respétalos, ámalos, inclúyelos en tu trabajo constante y diario por levantar la niebla como homenaje a tu hijo o hija.