NUESTROS HIJOS NOS ENSEÑARON UNA NUEVA FORMA DE AMAR SIN CONDICIONES
Nuestros hijos un día nos enseñaron a amar de una manera distinta; nosotros habíamos amado a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros tíos, a nuestros hermanos, a nuestros primos, luego a la novia, al novio y, finalmente, a la esposa o el esposo y no sabíamos cómo era el amor de madre ni como era el amor de padre, nuestros hijos nos lo enseñaron.
Y cuando nuestros hijos parten, nos enseñan otra forma de amar; nos enseñan a amar sin la necesidad de su presencia física, nos enseñan a amarlos incondicionalmente, ellos no nos requieren nada, como los hijos que están con nosotros que a veces nos requieren atención, preocupaciones, etc.
De esa forma nos enseñaron a amar de una manera distinta, un amor sin condiciones.
Ese amor incondicional, tiene que florecer en nosotros porque está en nosotros y nosotros somos los responsables de que ese amor se manifieste. Y para que ese amor se manifieste, tenemos que asumir una actitud positiva.
Quizás para los que llegan por primera vez sea, simplemente, eso: «optar».
¿Quiero ser mejor persona o no quiero ser mejor persona?
A partir de esa opción, se abre un nuevo camino, y la concurrencia a las reuniones de RENACER, van acercando los elementos, van acercando las herramientas por medio de las cuales, a través de la práctica, se empieza a sentir que ese amor florece, que ese amor fructifica.
Y empezamos a darnos cuenta que es inútil preguntarse: ¿Por qué me pasó eso a mí? ¿Por qué le pasó a mi hijo? ¿Por qué ahora que era tan joven y estaba lleno de vida? ¿Por qué no me morí yo?, preguntas que se le hacen a la vida que, sin embargo, pronto nos damos cuenta de que no tienen respuesta. Nadie ha tenido nunca una contestación.
Víctor Frankl nos dice que es la vida la que nos pregunta a nosotros: «Tú padre, tú madre que has perdido un hijo ¿Qué vas a hacer con tu vida?, ¿Qué vas a hacer conmigo que soy tu vida?. Ese es el gran interrogante que nos tenemos que plantear y a partir de ese interrogante, optar entre dejarse llevar por las emociones o querer ser mejor persona.
¿Queremos demostrarle a la vida que nuestra vida tiene valor?
Entonces, en la medida que vamos recogiendo esas herramientas, nos vamos dando cuenta de una cosa que al principio es difícil de captar.
En RENACER decimos que nuestros hijos son nuestros maestros.
No es fácil darse cuenta, pero cuando se nos abre un camino, en la medida que vamos transitando ese camino, nos empezamos a dar cuenta que ya no le tenemos miedo a la muerte; si nuestro hijo o nuestra hija pudo pasar ese umbral con gallardía, ¿cómo no lo vamos a poder pasar nosotros con dignidad?
Empezamos a darnos cuenta, como dicen Alicia Schneider y Gustavo Berti: «Cuando perdemos un hijo, se produce un despertar espiritual y a partir de ahí las cosas materiales, aquellas que nos preocupaban permanentemente, comienzan a perder sentido o preponderancia según el caso, comenzando a tener más valor otras cosas que antes las teníamos larvadas, ocultas, como es la solidaridad, el amor, la ayuda al prójimo, valores que los teníamos ocultos por las urgencias de las circunstancias».
Nos empezamos a dar cuenta que las cosas que nos pasan a diario, todos esos pequeños inconvenientes del día a día, ya no tienen ninguna importancia.
Comenzamos a sentirnos más tolerantes, más tolerantes con las personas que tenemos a nuestro lado, más tolerantes con los integrantes de RENACER, más tolerantes en el trabajo, más tolerantes con la sociedad en general.
Podemos hacer una reflexión: «Después de la partida de nuestros hijos, iluminados por el mensaje de RENACER, hemos aprendido muchas cosas; entonces, bien vale la pena considerar a esos hijos que nos han enseñado tantas cosas importantes, como nuestros maestros».
¡Son nuestros maestros y nuestros guías!
En la medida que vamos transitando ese camino de cambio, nuestro hijo/a ya no será aquel ser que nos arruinó la vida, sino el ser que nos está ayudando a cambiar, nos está ayudando a ser mejores personas.
A un precio muy elevado, ¡Claro que sí! Pero el precio ya lo hemos pagado, eso ya no podemos cambiarlo, entonces disfrutemos de la vida, disfrutemos del amor de nuestros hijos.
En adelante podemos vivir en homenaje a ese hijo. En la cultura a la que pertenecemos, el homenaje que se le hace a los hijos que parten es en el cementerio, con flores, con misas, recordándoles en las fotos, etc. Y está bien hacer eso. Pero nosotros en RENACER les hacemos también un homenaje permanente, con nuestra propia vida.
Colaboración: ARTIGAS- REPUBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY. AÑO 2001