Los ritos son necesarios dijo el zorro.
– ¿Qué es un rito? preguntó el Principito.
– Es algo demasiado olvidado dijo el zorro Es lo que hace que un día sea distinto de otros días, una hora, distinta de otras horas.
El Principito
Los ritos nos permiten, de alguna forma, estructurar la realidad para hacerla más comprensible. Tienen un profundo sentido integrador, dejando partir para que lo nuevo pueda entrar. ¿Y qué dejamos partir, a nuestros hijos? Nunca, dejamos partir su presencia física para que esa nueva forma de conectarnos con ellos pueda emerger, esa nueva forma que cada uno de nosotros tiene que encontrar pero que, sea cual sea, siempre nacerá d el corazón, así que, dejemos que éste se exprese, qué os parece darle una oportunidad a ese CORAZÓN acallando nuestra mente.
Dejar partir NO significa “alejarlos de nosotros”, por el contrario, nos posibilita a reencontrarnos en el más puro amor, aquél que no necesita de la presencia física de esa persona tan querida para seguir amándola, y, al vibrar en la misma sintonía que ellos, solo luz y amor, los sentiremos más cerca que nunca. Lograr pensar en esos hijos sin dolor, solo con amor y una dulce, amorosa nostalgia…vale la pena intentarlo.
Los rituales nos permiten celebrar la vida, honrar el recorrido vital de nuestras hijas e hijos, reconocemos y ponemos en valor su aventura existencial en la tierra . Honrarle es reconocer su legado, su trabajo, sus aciertos, sus errores, su entusiasmo, sus dudas, sus anhelos, sus desencantos… En definitiva, su vida.
También puede suceder que brote un sentimiento de honra y reconocimiento hacia la vida en su totalidad, con todos sus matices o que surja la compasiva comprensión de que somos parte de un todo sintiéndonos unidos, tal vez más que nunca, a nuestro hijo, a nuestra hija.
Por otra parte, estos ritos nos permiten agradecer en el recuerdo. Agradecer es reconocer y honrar ¿Cómo hubiera sido nuestra vida sin la presencia de nuestros hijos? Es importante poner el foco, conscientemente, no solo en lo que hemos perdido, sino también y sobre todo en la vida vivida; se trata de reconocer los buenos momentos, lo aprendido al lado de ellos y el amor compartido. En definitiva, se trata de reconocer esa parte de nosotros que emergía junto con nuestros hijos , así como la parte de ellos que habita en nosotros.
Tal reconocimiento va haciendo un espacio en el corazón, donde lo esencial queda desnudo de argumentos y exigencias y, simplemente, es Hacer espacio en el corazón es, a su vez, otorgar un buen lugar a nuestros hijos en lo más profundo de nosotros mismos.
Estos rituales nos permiten perdonar . Perdonar es abrir el corazón y aceptar que los seres humanos no somos perfectos incluidos, claro está, nosotros mismos ––. Quizá con la pérdida aparezca un enfado antiguo o un resentimiento hacia quien ya no está a nuestro lado. Es posible también que nos culpemos dolorosamente por todo lo que no supimos, no pudimos o no quisimos hacer; surgen, en este caso, los juicios justicieros o las duras críticas. Puede que ahora nos arrepintamos de no haber disfrutado plenamente de la relación cuando aún podíamos hacerlo. Sin embargo, si nos detenemos un momento, podremos darnos cuenta de lo que estamos exigiendo , tanto a nosotros como a quien ya no está: lo imposible . Sería imposible haberlo hecho todo, haberlo comprendido todo y haberlo arreglado todo, haberlo perdonado todo o haberlo realizado todo.
Perdonar es aceptar que no somos perfectos, sino que somos humanos y, como tales, somos completos . Perdonar es ablandar e l corazón, para que lo que pasó deje de dolernos; al perdonar, desactivamos el poder que tiene de hacernos daño lo no resuelto o no concluido. Perdonar es también ser capaz de dejar marchar las posibles injusticias, y así dejar atrás también el papel de víctima para seguir avanzando y creciendo en el camino de la vida.
Perdonar y solicitar perdón son prácticamente la misma cosa: una acción que se dirige hacia otra persona, pero que tiene un efecto inmediato en nosotros, independientemente de la reacción de su destinatario. Abrirse al perdón, a recibirlo y a darlo, puede ser una de las más potentes motivaciones para realizar un ritual. Es necesario poner mucha atención, presencia y también coraje, para dejar a un lado el orgullo y el argumentario personal, aceptando las vulnerabilidades propias ajenas.
Lo que cada cual necesite perdonar o perdonarse puede ser expresado en el ritual: qué se necesita dejar ir o, por el contrario, acoger; a qué se quiere dar voz para ser dicho o hecho; a través de qué objetos y gestos podemos hacerlo para sentirnos en paz y armonía con quien se fue y con nosotros mismos.
Por todo ello, para celebrar, agradecer, perdonar y sobre todo honrar , es importante que los recuerdos y su significado en nuestra vida estén presentes en el ritual. Cada persona puede encontrar su propia forma de llevar a cabo esta recapitulación y, a su vez, evocación de lo que su ser querido le ha legado. En cualquier caso, es importante dedicar un tiempo al ejercicio de darse cuenta, de tal forma que la gratitud, la honra y el reconocimiento puedan florecer.
Con los seres queridos sucede algo similar que con los lugares: no tomamos consciencia plenamente de lo que significan para nosotros y de lo que nos aportan hasta que no ponemos cierta distancia. En el caso de los lugares físicos, esto sucede cuando nos desplazamos a otro sitio y, desde ahí, tomamos consciencia con más distancia y perspectiva de lo que nos aporta nuestro lugar habitual. En el caso de los vínculos con las personas, sucede que cuando estas desaparecen físicamente de nuestras vidas, en muchas ocasiones vemos con más perspectiva la naturaleza de nuestro vínculo con ellas y todo lo que su presencia nos ha aportado.
Conviene que busquemos momentos para evocar y sentir a nuestro ser querido en el corazón. Dichos momentos pueden ser aniversarios, celebraciones familiares u otros eventos, o tal vez es os otros más íntimos en los que un lugar, un gesto, una palabra, una canción, un brindis, un abrazo o un silencio honren su recuerdo.
Un ritual, ya sea personal e íntimo, o bien compartido por las personas allegadas, puede ser un momento en el que conviva n el dolor, la tristeza, la gratitud, la belleza… Como en el duelo, no hay una forma “correcta” o “incorrecta” de vivir ni de realizar, lo que emerja y se sienta durante el rito será lo necesario. Si se realiza una introspección para tomar consciencia de qué se necesita hacer o expresar, entonces el rito puede ayudar significativamente a enmarcar la pérdida y a integrar aquello que genera inquietud o angustia por estar inacabado o sin resolver.
Para llevar a cabo el rito se pueden emplear los símbolos más adecuados para cada cual. Cada uno habrá de dejarse sentir y guiar por su creatividad… A veces surgirá casi sin buscarlo o pensarlo demasiado, un gesto o un objeto que se cruzará ante nuestros ojos… Otras, lo buscaremos y lo encontraremos… Quizá la inocencia de un niño nos abra a posibilidades simbólicas en las que no habíamos reparado. No olvidemos que todo lugares, objetos, palabras, gestos, colores, sonidos…puede tener esa carga simbólica que nuestros sentidos y nuestro corazón necesita.
Lo que hagamos con esos símbolos, los actos que realicemos, de alguna forma nos ayudarán a cerrar el círculo y comenzar a “digerir” que estamos ante una nueva etapa vital. Actos sencillos, tales como encender una vela mientras evocamos el calor y la luz de su llama en nuestro corazón, la carta que escribimos y guardamos o bien quemamos lanzando luego sus cenizas al viento, el gesto de tomarse de las manos mientras suena la canción favorita del ser querido, plantar un árbol o esparcir las cenizas en el lugar elegido… Todos ellos son actos simbólicos importantes para elaborar ese duelo.
Podemos llevar a cabo varios ritos a lo largo del proceso de duelo: cada vez que hagamos o digamos algo que para nosotros simboliza el amor hacia nuestros hijos y la despedida consciente de la anterior etapa de vida en la que estaba eso tan valioso que sentimos haber perdido, es un acto ritual. Cada uno sabe, en lo profundo de su corazón, cuál es la mejor forma de honrar a su hija, a su
hijo y a la vida. Sea como sea, cada gesto y cada símbolo nos unirá con la humanidad al completo: son los que somos ahora, con los que han sido y con los que serán. Porque todos y cada uno de nosotros somos un eslabón de la cadena infinita de la vida.
Gota, río, océano… agua.