Amor incondicional

El amor incondicional realmente existe en cada uno de nosotros. Es parte de nuestro ser más profundo. No es una emoción activa sino una forma de ser. No es un “te amo” por esta o aquella razón, no es un “te amo si me amas”. Es un amor sin razón, es un amor sin objeto”.- Ram Dass-

El amor incondicional es el sentimiento más puro y noble que existe, es amar sin esperar nada a cambio, es querer con cada uno de nuestros sentidos y con cada partícula de nuestro ser. Es a su vez, apreciar al otro por como es, haga lo que haga, diga lo que diga, aun cuando ese alguien no esté a nuestro lado. Y si hay un afecto profundo, auténtico y sin condición alguna, es el que establecemos con nuestros hijos.

Los hijos que no están, despiertan en nosotros ese amor incondicional, aquel que no tiene reclamos ni expectativas que no necesita siquiera de la presencia física del ser querido para amar, para expandirse, pues pese a no tenerlo físicamente igual los seguimos amando. Los iniciadores de Renacer así lo expresan en su libro “Donde la palabra calla”: “Cuando un hijo nace, conocemos una nueva clase de amor, un amor que no conocíamos. Cuando muere un hijo nos enfrentamos a algo desconocido, un dolor nuevo y también un amor nuevo, el amor incondicional que sentimos por nuestros hijos, el que no necesita la presencia ni el contacto físico, para ser, crecer y expandirse

Y frente a este amor incondicional, sabemos que esta vida es vista, por primera vez, con los ojos del espíritu despojado, mi yo frente a mi existencia, desnudo frente a mi existencia. Por eso, tengo la posibilidad desde allí, desde esa posición de rodillas frente a la vida, levantarme porque elijo hacerlo y porque elijo sobre el dolor, el amor. El amor por nuestros hijos debe ser el que, lentamente, vaya ganando terreno al dolor, por eso hablamos de que el dolor va cediendo pero será en la medida que ejerzamos la autorrenuncia a ese dolor.

Debo tener esa confianza anticipada, confiar en que así como la vida me presenta esta situación tan dolorosa, la vida también tiene un sentido valioso y luminoso para que yo lo descubra y entonces me lance por encima de mis emociones hacia aquello más luminoso: el amor por nuestros hijos, ya sea que estén de éste o del otro lado de la vida. Renunciemos al dolor desesperado por algo mucho más elevado, por el amor incondicional, porque hoy aquí, todos nosotros, cuando nos miramos a los ojos, nos encontramos, nos reencontramos y nos abrazamos ¿qué sentimos sino amor? el amor incondicional, aquel que los hijos nos enseñaron. Que esa marca que nos dejó nuestra hija, nuestro hijo, no sea una marca de dolor, sea una marca de amor incondicional, vamos a rescatar a ese hijo con amor y no con dolor.

El amor es el único don de la vida que no perdemos nunca y es lo único que podemos dar de verdad. En este mundo de ilusiones y espejismos, el amor es la fuente de la verdad. Decía Herman Hesse que aquel que sabe amar siempre acabará ganando en la vida.

Dicen, que hay algo que cada uno de nosotros debe aprender antes de poder volver al lugar de donde vino, y es el amor incondicional, cuando lo aprendamos y lo practiquemos, habremos aprobado el más importante de los exámenes. “La última lección que todos debemos aprender es el amor incondicional, el cual incluye no solo a los demás, sino también a nosotros mismos”-Elizabeth Kübler-Ross-. Por favor, no olvidemos ese amor incondicional a nosotros mismos, perdonémonos, amémonos, sin eso, difícilmente podremos poner en práctica esa difícil lección.

Para Viktor Frakl, el amor es algo más que un estado emotivo, es un acto intencional, no depende de la “existencia” y se halla consiguientemente por encima. Así, y solamente así, puede comprenderse que el amor sea capaz de sobreponerse a la muerte del ser amado, de sobrevivir; sólo así se comprende que el amor puede ser “más fuerte que la muerte”, es decir, que la destrucción de la existencia física del ser amado.

Lectura  «EL ÁRBOL GENEROSO» (Shel Silverstein)

…Era una vez, cerca de un río, un árbol que quería a un niño. El niño solía ir a visitarlo: trepaba al tronco, se balanceaba en las ramas, comía sus frutos y después descansaba a su sombra. Tras una larga relación de amistad, el niño se alejó dejando al árbol solo durante mucho tiempo. Hasta que un día el árbol divisó, de lejos, que se acercaba la figura del pequeño que había conocido.

Rebosante de alegría, dijo: -“Ven, amigo mío, súbete a mi tronco, balancéate en mis ramas, come mis frutos, descansa a mi sombra y quédate conmigo”.

El niño, que ya se había hecho un joven, le respondió: -“Ya no soy un niño para jugar. Ahora he crecido y necesito dinero porque quiero comprarme muchas cosas.”

-“Lo siento –deploró el árbol- pero no puedo contentarte porque no tengo dinero. No obstante, si quieres, puedes trepar a mi tronco, subir a las ramas y recoger mis frutos. Después de cogerlos, puedes llevarlos al mercado, venderlos y ganar el dinero que necesitas para comprarte lo que quieres.”

El joven no se lo dejó decir dos veces. Siguió la sugerencia y semi-hundido por la carga de los frutos, desapareció en el horizonte sin dejarse ver más.

El árbol permaneció solo largo tiempo. Varios años más tarde, el árbol vio que se acercaba su viejo amigo, ya adulto. Lleno de alegría le dio la bienvenida diciendo:

– «Ven, amigo mío, juega conmigo como antaño, encarámate en mi tronco, acúnate en mis ramas, solázate a mi sombra y quédate conmigo.»

– «No – respondió el adulto – estoy demasiado ocupado para jugar. Ahora quiero formar una familia y tener hijos, pero necesito construir una casa donde vivir.»

– «Lamento – replicó el árbol – no tener una casa para ti. Mi casa es el bosque. Pero, si quieres, puedes subir a mi tronco y cortar las ramas. Con ellas podrás construirte una casa donde vivir con tu familia.»

La respuesta no se hizo esperar. El adulto desapareció en el horizonte arrastrando tras de sí una montaña de ramas y no sé dejó ver más.

El árbol se quedó solo. Muchos años después, el tronco divisó a lo lejos la figura de un hombre, lo reconoció y, de nuevo, exultó de alegría.

– «Ven, amigo mío, juega conmigo. Puedes gatear por mi tronco o descansar a mis pies, pero quédate conmigo.»

– «No – le interrumpió el hombre – me siento demasiado solo para quedarme aquí. Es preciso que vaya a un país lejano para encontrar la felicidad que no he encontrado aquí. Pero no tengo medios para ir demasiado lejos.»

– «Me desagrada – murmuró el árbol – que no seas feliz. No sé cómo ayudarte porque ya queda poco de mí. Sí quieres, puedes cortar mi tronco, construirte una canoa y echarla al río que pasa por aquí cerca para emprender tu viaje hacia la tierra que te dará felicidad.”

El hombre no se acababa de creer que hubiera encontrado una solución a su sueño. Se puso a trabajar, construyó la canoa e inició su viaje de esperanza. Lo que había quedado del árbol quedó solo durante muchos y largos años. Hasta que un buen día vio que se acercaba lentamente un anciano que tenía el semblante del niño de antaño.

Con la voz triste el tocón susurró:

– «Lo siento, amigo mío, pero ya no me queda nada para darte. Ya no tengo frutos con los que alimentarte, no tengo el tronco para que te encarames a él, soy sólo un tocón, y ya no sirvo para nada.»

– «Te lo agradezco – respondió el anciano – pero ahora ya no necesito nada. Sólo busco un lugar donde sentarme y descansar.»

– «En este caso – accedió el tocón – siéntate si quieres y quédate conmigo.»

 

ME PREGUNTO

  • ¿Darlo todo es posible?
  • ¿Es posible dar todo y seguir vivo?
  • ¿Soy el niño o el árbol?
  • ¿Y las raíces? ¿Todavía podía volver a renacer?
  • Si soy el árbol ¿quién es el niño en nuestra vida?

 

 

Descargar «el árbol generoso»

Descargar «Amor incondicional»